Hay una conexión entre los animales (y más concretamente nosotros) y el mundo vegetal (y más concretamente los árboles) que va más allá de ser ambos seres vivos. Con esta reflexión empiezo el análisis del libro Pensar como un árbol, de Jaques Tassin.
Los árboles, apunta Jaques Tasin, nos han dado forma (pág 15). Esta afirmación es muy importante. Podríamos decir que casi resume buena parte del libro. º
Pero, ¿Qué significa que nos han dado forma? Los árboles. máximo exponente del mundo vegetal, «estan en nosotros» por que hace miles y miles de años que nos une una relación muy profunda. Son vivienda, alimento, refugio, son nuestros esquemas pulmonares, nuestra organización linfática o neuronal, y sobre todo son un símbolo espitiritual para muchas culturas ya que representan, entre otros aspectos, la conexión de la tierra (lo material) con el cielo, aquello más elevado (lo espiritual).
Según Tassin, evolucionar sobre los árboles deja rastros. Durante miles y miles de años los primeros ancestros del Homo sapiens vivieron en densas selvas de África y poco a poco se fueron concentrando hacia unos ecotonos muy concretos. En esos mosaicos de selva y de sabana es dónde se configuró lo que somos ahora y dónde el hombre estableció una relación más especial con los árboles. Ya no se trataba sólo de un elemento que aportaba seguridad, confort y alimento, se trataba de un espacio que no era ni tan denso como una selva y permitía dar más protagonismo al árbol.
Las diferentes especies de Homo sp. evolucionaron durante más de 65 millones de años en esos espacios (la mayoría) y esos seres se adaptaron a vida en los árboles, al tacto de las ramas, al contacto con la corteza, con la textura del follaje, al olor de las flores y frutos. A parte nos adaptamos a l tipo de alimento que nos ofrecían estos árboles (nuestro tracto digestivo nos hace más próximos a los primates frugívoros que los primates carnívoros o folívoros(1)). Todo esto hizo que nuestros antiguos predecesores fueran evolucionando lentamente hasta que hace entre 6 y 2,5millones de años se prefigurara lo que conocemos como el género Homo, y tan sólo hace 300.000 años que este nuevo humanoide se alejó más de los árboles al descender y empezó a conquistar el mundo. Esto significa que durante más de 64,7 millones de años (cifras aproximadas) lo que conocemos como los parientes más directos del ser humano estuvieron en contacto directo con las diferentes formas de árboles y por lo tanto formaban parte de su forma de subsistencia. Así pues seguimos siendo constitucionalmente arborícolas.
Apunta más adelante Tassin que los árboles fueron fuente de inspiración. Parece que los primeros homínidos se inspiraron en la construcción de las primeras herramientas a imagen de los tallos de las hojas, de formas florales, de frutas, etc. Con el tiempo hemos pasado del uso de herramientas manuales, a moldear el mundo que nos rodea con nuestras manos a conectarnos con la «realidad» sólo con las yemas de los dedos. ¿Será esto consecuencia de lo que los psicólogos norteamericanos llaman nature deficit disorder (transtorno por déficit de naturaleza)? -pág 22.-. Más adelante J. Tassin explica cómo hay estudios que demuestran que los niños tienen una capacidad de aprendizaje menor en entornos degradados o bien cómo los árboles estimulan más y mejor el juego en los niños. También refiere a los diferentes estudios en los que, por ejemplo, nuestra salud mental se ve deteriorada por la falta de presencia de árboles y zonas verdes a nuestro alrededor (ver este artículo Vitamin G: effects of green space on health, well-being, and social safety ) , estudios que fueron posteriores al artículo de Roger Ulrich en la revista Science en 1984 en el que este profesor de arquitectura estaba interesado por los efectos del hábitat de la salud humana. A partir de sus estudios vió como la recuperación de personas en posoperatorio en entornos donde había una ventana con vistas a árboles consumían menos analgésicos. Dejo el artículo aquí.
Esto nos conecta con una de las actividades que nos han llegado de Japón: shinrin-yoku (baño de bosque), una terapia que consiste en realizar paseos de más de 3h en bosques densamente poblados sobre todo con coníeferas ya que son del género que más sustancias volátiles emiten a la atmosfera. Estos componentes (pinenos, borneols, cimenos, monoterpenos en general) poseen efectos antioxidantes y antiinflamatorios entre otros. Estas sustancias son capaces de activar nuestro sistema linfático (especialmente nuestros linfocitos NK o Natural Killers), implicados entre otros «asuntos» en la regulación de células cancerosas.
(1) Leopold, A. Una ética de la tierra (1949), Madrid, Libros de la catarata (2017)