Expone Gilles Clément (Argenton-sur-Creuse, 1943) en su «Manifeste du Tiers paysage» (Éditions Sujet/Objet 2004) que el tercer paisaje no es un jardín pues prescinde del jardinero (pag 74, Manifiesto del Tercer paisaje, Ed. GG 2ª ed, 4ª tirada 2022). Esta afirmación acaba por romper todos los esquemas que un@ construyéndose a medida que lee el libro, o al menos en mi caso eso es lo que ha sucedido.
Siempre había interpretado el paisajismo o el arte del paisaje como una intervención humana, material y vinculada a unos criterios estéticos, organizativos, funcionales, etc que respondían a un programa y que por lo tanto podía ser explicado, gestionado y conservado. En este caso esta frase sobre el Tercer Paisaje me hace repensar seriamente otra de las frases que se encuentran en el libro: «los espacios residuales (uno de los tres tipos de tercer paisaje) son deudores del ordenamiento». Esto significa que ordenar el territorio no deja ser una intervención humana pero eso no implica que esa intervención se haga en pro de la naturaleza. es decir, una intervención puede ser fácilmente la construcción de un sector industrial, la reparcelación de varias fincas para crear calles y nuevas parcelas donde edificar, etc. Un espacio residual puede generarse a partir de una cataclismo (hecho natural), un cambio de uso /no uso, etc. Por lo tanto que el tercer paisaje no necesite de un jardinero queda justificado por una parte. En cuanto a los otros dos tipos de tercer paisaje (la reserva y conjunto primario) tampoco parece lógico que un jardinero tenga que intervenir, más bien debería ser un técnico gestor o alguien vincualdo a la política. Por lo tanto, la relación de un@ jardiner@ con el tercer paisaje, en caso de existir ¿cómo debería ser? Leí en el Manifiesto del Tercer paisaje (pag 61. Manifiesto del Tercer paisaje, Ed. GG 2ª ed, 4ª tirada 2022) que es necessario «Instruir el espíritu de la no acción del mismo modo que se instruye el espíritu de la acción». Así mismo, y en unas líneas más abajo se propone «Afrontar la diversidad con asombro». Estos dos puntos los encuentro cruciales ya que aportan, creo, el grueso del principio del manifiesto. El no actuar en cierta forma se convierte en una acción poderosa, con riesgos frente a la opinión pública pero que tiene tanta validez como la acción. En este caso, llegar a esta conclusión supone haber estudiado a fondo los pros y contras de una intervención (¿a caso actuamos en un bosque después de un gran incendio?) y sólo llega la presión final cuando este tipo de intervención se tiene que hacer en un ámbito público. Está claro que en un ámbito privado un@ puede hacer lo que le plazca (más o menos). Ahora, en un ámbito público parece que la intervención es de carácter obligatorio (cada año hay que podar los árboles, cada «x» años hay que replantar parterres, etc) mostrar «públicamente» que se está haciendo algo. Aquí es donde interviene el concepte de «instruir el espíritu de la no acción», es decir, aprender a no actuar. Esto de por sí ya es una intervención ya que nos ha obligado a conocer y estudiar una situación determinada y tomar partido por una solución. Ahora bien, quizá aquí sea cuando el jardinero deba convertirse en un gran comunicador para justificar su acción de «no acción» ya que si no sufrirá el embite de la política y de la gente que no entiende porqué un espacio residual es importante mantenerlo como espacio de biodiversidad (de fauna y flora) y cómo, junto con otros espacios residuales, puede articular una gran red de biodiversidad sin la intervención del hombre.
Este tipo de intervenciones (=no intervenciones) no son fáciles de ver y como hemos comentado estan sometidas a mucha presión por parte del público. Explicar el proceso de las plantas pioneras, su rápida implantación y desaparición frente a plantas con ciclos más largos, la mejora del suelo mediante el aporte de materia orgánica, la recuperación de suelos, etc no es tarea fácil y la gente lo suele ver como una pérdida de tiempo y dinero (¿qué dinero?). Exigen intervención, exigen horas de trabajos manuales, exigen acabados estéticos (¿qué es la naturaleza sino las plantas de temporada con los colores más resplandecientes y más efímeras?) y sobre todo limpieza. Estamos en una era donde lo natural sólo puede entenderse en la naturaleza. El espacio valdío, el espacio residual no sólo no se admite sino que además se castiga. A esta visión ha ayudado también la moderna agricultura en su afán de sólo cultivar las plantas «útiles», de aquellas que podemos sacar un rendimiento en forma de paja, grano, fruto. Qué equivocados que hemos estado. Las «malas hierbas» nos indican los problemas que presentan nuestros campos, nuestras tierras, nos marcan los déficits, nos indican el grado de salud de nuestro suelo, la base sobre la que cuidarnos como especie, como planeta. Y en cambio, igual que en algunos casos de la medicina moderna nos fijamos sólo en contener los síntomas y no entender el motivo que genera una enfermedad.
El jardinero quizá deba desaprender lo aprendido (como bien decía Gilles Clément) y empezar a aprender de la misma naturaleza desde las bases técnicas (botáanicas, biológicas, agronómicas) para comunicar el bien que aportan estos espacios de diversidad.
Reconozco que da vértigo y miedo. Es normal y hasta cierto punto lógico mirar hacia lo que siempre hemos estadp haciendo, ver estos espacios como residuo a transformar. Pero ¿y si la transformación viniera sola y sólo hubiera que explicarla? ¿El miedo que sentimos sería por no ser entendidos o por perder nuestro trabajo?
No todo el mundo podrá comprender este concepto y como siempre habrá detractores pero ejemplos como el parque André Citroën de París o el Parque del Tercer Paisaje en Saint-Nazaire son la muestra que es posible si hay una fuerte voluntad política que trascienda a modas, elecciones, partidos políticos y presiones por parte de aquellas personas que sólo quieren resultados estéticos a corto plazo.
Me siento jardinero pero creo que una parte de mi trabajo ha de empezar a transformarse en comunicador para hacer entender este cambio. Espero no llegar tarde.