la maldición de la desorientación

Vivimos (vivo) tiempos extraños, tiempos en los que tomar decisiones nunca había sido tan difícil. Nos vemos con la obligación de avanzar pero con la sensación de no saber muy bien hacia dónde.

No sé si el avanzar puede resultar peligroso o más caótico aún. Lo único cierto que tengo es el presente que puedo analizar (a veces sin tiempo) y la certeza que no veo un futuro claro a corto plazo (a medio y largo plazo sí pero me guardo para mí las visión).

Es extraña y odiosa esta sensación de vivir en una rueda de hámster que, a parte de ser diabólica per se, encima está mal engrasada. Es como si al mismísimo Sísifo aparte del castigo absurdo y frustrante al que se vio obligado a realizar hasta la eternidad (empujar una piedra cuesta arriba por una montaña y que justo llegar a la cima ésta caía otra vez hasta la base de la misma) tuviera ciática, sonara a todas horas La Oreja de Van Gogh (sobre todo la primera época) y un buen dolor de muelas.

La primera solución y más obvia es la de apretar el culo y seguir como se pueda a la espera de tiempos mejores, sin importar en la forma y estado en en el que se llegue. La segunda, más racional, la de analizar «ad infinitum» cada momento presente para tomar la mejor decisión (que a menudo será la menos mala) para llegar a la siguiente casilla cual ficha en un juego de parchís. La tercera, parar y poner todas las cartas sobre la mesa y tomar una decisión con la información que se posee en ese momento, fijando el rumbo sin detenerse. La cuarta, crear una realidad más adecuada (esto implica una dosis enorme de autoengaño y de idealismo que no es compatible con la realidad material)….

He de tomar una decisión.